domingo, 4 de febrero de 2024

Reflexiones en el arcoíris

Reflexiones en el arcoíris

Veinte semanas y yo hasta ahora logro sentarme a escribir algo para este blog. Yo me imaginaba que iba a escribir una reflexión por semana, pero todo se siente tan vertiginoso y tan confuso que no me da tiempo de procesarlo y cuando me doy cuenta, ha pasado una semana más.

Supongo que también tenía miedo de escribir sobre una posibilidad y que esta vez tampoco fuera. Pero está siendo, y aquí estamos mi bebé y yo en la mitad del camino, del primer camino que es el de gestarnos mutuamente: ya nos escogimos la una a la otra y ahora ella gesta una mamá mientras yo gesto una hija. Todo lo demás ocurre en el medio, nos atraviesa, nos rodea y sí, a ratos nos tumba la piso también. Porque vengo a decirles tres cosas en esta reflexión y la primera de ellas es justamente que los arcoíris también pueden ser tempestuosos, tumbarnos al piso y hacernos llorar.


¿Han visto que los arcoíris a veces salen cuando todavía el cielo está oscuro y las nubes cargadas de tormentas? Pues bien, los embarazos arcoíris, esos que llegan después de las pérdidas y que se supone que son la luz luego de la tempestad, no se parecen en nada a esas postales de los arcos coloridos sobre el cielo azul y el sol iluminando en una esquina; en cambio suelen tener algo de la oscuridad todavía en medio, así intentemos edulcorarlo. No me malinterpreten, son un regalo precioso de la vida y nos llenan de esperanza y de ilusión, pero es que de esa imagen están llenas las redes y yo no vengo a replicarla aquí.

Vengo en cambio a decirles que estas gestaciones se pasan con temor constante, con una lucha permanente contra los peores miedos, las inseguridades, lo impredecible, porque cada examen, cada ida al baño, cada visita a urgencias es una circunstancia aterradora. Que generalmente se llega a ellos después de caminos difíciles y agotadores, que deberíamos hablar más sobre eso, en público, con franqueza, no limitarnos a decir que hay que sanar los duelos antes de que lleguen estos bebés tan anhelados, sino reconociendo que a pesar de todo el trabajo terapéutico y de la preparación el miedo va a estar presente y va a revivir cada tanto en forma de monstruos aterradores. Tal vez así les liberaríamos de ese peso tan grande y nos liberaríamos las madres de la necesidad de aparentar absoluta felicidad durante el embarazo.


En este punto les diré mi segunda reflexión: los embarazos no son -solamente- luz y felicidad, globitos de colores y brillo en el aura. Es verdad que pueden ser historias bellísimas y esperanzadoras (el mío lo es) cuando son maternidades deseadas, que las madres nos podemos ver radiantes y que todo se muestra con una ternura conmovedora. Todo eso es cierto y es mágico. Pero también los embarazos tienen un lado complejo y oscuro, que por lo general guardamos bajo la cama porque suena horrible si lo decimos en voz alta: nos traen de frente otros sentimientos como la rabia, el miedo, la frustración, el cansancio. No es posible disfrutar de la gestación 24 horas, 7 días a la semana, durante 40 semanas. El cuerpo está al revés, le están pasando mil cosas en un tiempo muy corto para poder sostener esa vida chiquitita y frágil. La psiquis está reacomodándose para hacerse cargo del cuidado de otra persona y, entre tanto, entender lo que está ocurriendo. Las emociones se hacen más contundentes y cada una se amplifica. Todo esto mientras las hormonas están enloquecidas, afortunadamente, porque de eso depende la continuidad del embarazo.

Se nos puede haber dicho que una cierta magia ocurrirá, y desde luego así pasa. Pero el problema es que esperamos una escena de película en la que las luces nos rodean y mágicamente nos transformamos mientras los pajaritos cantan en el fondo. Pero no pasa de ese modo, la susodicha magia tiene lugar mientras se nos cae a pedazos la piel que traíamos y nos sale una nueva, una que además no conocemos. Si además esperamos que la magia le ocurra a todo el entorno con el mismo candor, entonces habremos tomado la ruta equivocada, porque casi nunca pasa, o al menos no del modo en que nos habíamos imaginado.


Entonces viene mi tercera reflexión: con frecuencia las embarazadas escuchamos que nos dicen "no estás enferma, estás embarazada", lo cual es cierto, porque el embarazo no es una enfermedad. Pero eso no significa que nuestro cuerpo continúe como si nada estuviera pasando, no podemos funcionar en el mundo como lo hacíamos antes, no logramos cumplir con las exigencias que antes nos parecían normales ni vamos al ritmo al que estábamos acostumbradas, Nos cansamos y nos duelen zonas insospechadas, tenemos náuseas y vómitos y piquiñas, calambres, insomnio o mucho sueño. Al mismo tiempo estamos derretidas de amor por ese bebé, atentas a mil señales de su bienestar, con los instintos mamíferos a flor de piel y torpes, muy torpes. Así que deberíamos poder quejarnos, parar nuestro tren de actividades, decir que no queremos/podemos más por hoy. Necesitamos ayuda y no siempre podemos pedirla, y la necesitamos sin juicios ni lecciones moralistas.

Me dirán quienes me conocen bien que este escrito puede parecerles sorprendente -o tal vez no si me han escuchado con atención recientemente-. Porque debería estar escribiendo cada semana un texto rosadito* y dulce en el que les cuento cómo estoy derretida de amor por la presencia de Antonia en mi vida, en este mundo. Pero ella sabe que así es, y por si acaso se lo acabo de reiterar mientras escribo, que es mi milagro y mi arcoíris de colores, luminoso y mágico. Pero también le digo a diario, y les digo hoy a ustedes, personas que me conocen muy bien y también a quienes no, pero me leen: los arcoíris tienen una cuesta de subida y un descenso, no son líneas rectas. Tienen colores que nos gustan y colores que nos desagradan, a veces tienen un fondo azul y a veces nubes negras. Antonia se sabe amada y cada día agradezco que por fin esté conmigo, pero también quiero que sepa que su mamá es imperfecta y vulnerable. Que su viaje a este plano fue poderoso y retador, dulce, difícil, amoroso, solidario, con dolores y sorpresas. Esa también es su impronta y no aquella fantasía de una varita mágica que la trajo de repente y todo estuvo resuelto. Nos espera un viaje fenomenal a ambas y vamos a gozarlo tanto como podamos, pero en el medio tenemos que entender algunas verdades.


A las mamás que están en el mismo proceso les abrazo, a las que todavía están esperando que llegue su embarazo arcoíris no les haré promesas vacías (de eso también están llenas las redes) pero les deseo toda la suerte del mundo, a quienes ya pasaron por esto les digo que tienen toda mi admiración. Puérperas y embrazadas deberíamos darnos un abrazo sincero cada vez que nos encontráramos porque lo que estamos haciendo es tremendo, con o sin etiquetas de arcoíris, porque gestar, parir y criar es tremendamente difícil y precioso. Para quienes me están acompañando en este arco de colores y lluvias muchas gracias, de todo corazón, por tanto amor y paciencia y cuidados. A quienes estén acompañando a otras mamás: paciencia y empatía.

* En todo caso pondré el texto en color rosado y con fotos de arcoíris, porque ambas cosas me hacen sonreír. Prometo escribirles otro día un texto más dulce y menos quejoso sobre este embarazo. 





domingo, 30 de julio de 2023

Miedo, tiempo y (no) hacer (nada)

Miedo, tiempo y (no) hacer (nada)


Quiero tener tiempo, no quiero tener miedo y quiero (no) hacer (nada) más. Todo se siente más confuso en estas semanas a medida que se acerca la fecha de una nueva transferencia embrionaria.


Quiero tener tiempo, pero no tiempo libre como el que se tiene un sábado en la tarde o un domingo cualquiera. Quiero tener tiempo en el día a día para procesar todo. Ni siquiera necesito varias horas, solamente quisiera tener un poco de calma en medio de las tareas interminables y vertiginosas de cada día para ocuparme con tranquilidad y sin culpas a mi "segundo trabajo": gestionar el tratamiento. Es que correr a las citas entre reuniones, pedir permisos todas las semanas, buscar medicamentos y hacer terapias en los tiempos de descanso, es agotador, es muy agotador. Por favor no me malinterpreten, agradezco a diario por mi trabajo. Pero es muy difícil. Tener conversaciones con los jefes y compañeros, incluso la sola planeación de las mismas es una tarea muy complicada, seguramente no lo parece pero en la práctica lo es. Pedir citas, autorizaciones, créditos, permisos. Justificarlos, explicarlos, planearlos. Ir a los exámenes, llamar a pedir indicaciones, cotizar medicamentos, comprarlos, organizarlos, agendarlos. Hacer terapia, yoga, ejercicio, comida saludable, tomar sol, caminar, meditar, orar, ofrendar, organizar, soñar. Todo requiere tiempo. 

Hacer un tratamiento de reproducción asistida es muy difícil, hacerlo sin un trabajo estable es imposible. Pero hacerlo intentando conciliar el trabajo es muy, muy difícil, es agotador. Si la conciliación es difícil teniendo ya al bebé en brazos, imagínense intentar conciliar con un proyecto de bebé. Los espacios laborales no están sensibilizados con este tema, no es fácil explicarlo en ningún entorno y menos en ese. Mucho menos si involucra duelos, lo cual va a pasar tarde o temprano. No he empezado el nuevo ciclo y ya estoy llena de angustia por las incapacidades, por las ausencias, por los días de reposo, por cómo haré las tareas diarias del trabajo sin ponerme en riesgo. 


No necesariamente lo saben, pero una mujer en medio de un tratamiento de estos está tomando medicación que muy seguramente le produce malestares, le da sueño, o náuseas, o dolor de cabeza; tiene que inyectarse y tomar medicamentos a horas específicas y en condiciones específicas. Por momentos necesitará ir a la clínica a diario o día de por medio. Necesita cuidados en sus desplazamientos, en su alimentación, en sus rutinas. Eso sin contar que está asustada, cansada, ilusionada, triste y feliz, preocupada, todo al tiempo. No, nuestro sistema no está preparado para conciliar eso con la productividad y, en general, los ambientes laborales no están preparados para ello: nos cuesta hablarlo, no sabemos qué hacer o decir, no pensamos que puede estar cerca.


Quiero tener tiempo, les decía, y al mismo tiempo no quiero que pase más tiempo. Quiero cerrar los ojos y abrirlos cuando esté lista en la sala de procedimientos esperando mi embrioncito. Porque en el medio sólo hay tiempos de espera en medio de días en los que no tengo tiempo para parar y llorar, o para orar, o para al menos hablar de lo que pasa. En cambio, los días se van llenando de tareas cumplidas y pendientes, de viajes muy largos de un lugar a otro, de labores del hogar. También de silencios, de conversaciones que necesitas tener con las personas que te quieren, pero nunca se encuentra el momento y al final sólo hay cansancio, silencio, soledad.


Y lo que pasa en el medio es la angustia, el miedo, la ilusión potente pero cautelosa. Miedos grandes y miedos pequeños. Miedos a que todo vaya mal (otra vez), miedo a que me pase algo (otra vez), a que le pase algo al embrión (otra vez), o luego al bebé, miedo a que algo detenga el proceso (otra vez), miedo a tener dificultades con la organización familiar que esto requiere, miedo a no poder con el trabajo mientras estoy en medio del tratamiento. Y este último miedo ni siquiera debería existir. Miedo a fallar, en cualquier ámbito, a fallarme. 

Hace poco apareció un nuevo miedo: más bien como dos angustias hermanas: la de no hacer algo y que eso hubiera podido ser lo que marcara la diferencia, y la de hacer mucho y saturarme, porque realmente ya no sé qué más hacer. Angustia de (no) hacer (nada) más. Mientras siento que no debo ni quiero tener que pensar en hacer más cosas para que "sea", pienso también que no sé qué más hacer, ni a quién más pedir y cómo ofrendar más.

Tal vez es que la búsqueda de mi maternidad me ha empujado a cuestionar todo, a temer todo, a esperar para todo. A hacer mucho pero no a no poder hacer nada (más). 



Hoy me encontré la cuenta de @fertilit-arty y sus ilustraciones, a pesar de estar en inglés, resonaron con estos sentimientos de las últimas semanas. Hoy acompaño este escrito sencillo con algunas que describen muy bien lo que siento.

domingo, 14 de mayo de 2023

El día que aprendí a volar

El día que aprendí a volar

Por estos días de mayo en los que se celebra a las mamás y también a los museos, les quiero contar una historia de la que poco hablo: la de cómo llegué a este largo y complejo camino de buscar mi maternidad. Porque claro, parecería que es obvio para quienes me conocen que quiero ser madre más que cualquier otra cosa que anhele, pero la manera en que he decidido convertirme en una (sin pareja) y el momento en que supe con tanta certeza lo que deseaba, tal vez no es algo de lo que hable con frecuencia. Y sí, esta certeza tiene un momento preciso de concreción y muchos años de "maduración". La historia comienza con esta foto:


Pequeñines caminando por las salas de un museo con los brazos abiertos, como si estuvieran jugando a volar. Justamente eso hacíamos en aquel enero de 2013, hace ya 10 años. Yo trabajaba por aquel entonces en el Museo Nacional de Colombia y mi trabajo consistía en diseñar actividades para públicos de primera infancia (entre otras cosas, pero eso era lo que más que gustaba). Yo ya me había dado cuenta de lo mucho que me gustaba estar con los niños y niñas más pequeños, me pedía acompañar esos grupos desde que empecé a trabajar como mediadora o guía de museo allí, en 2007. Me habían contratado entonces para liderar la inclusión de la primera infancia y yo era muy feliz en ese trabajo. Ese día, especialmente, ese grupo me regaló algo invaluable. 


Hay una niña que tengo en brazos en ambas fotos: no recuerdo su nombre pero era la más pequeña del grupo y apenas estaba aprendiendo a caminar. Recuerdo que salí a recibirles en la camioneta que les transportaba y tan pronto extendí los brazos para ayudarle a bajar del carro ella se prendió de mí como un pequeño koala, y no se bajó de allí en toda su visita. Las historias de estos pequeños no eran dulces, sus familias no estaban presentes y probablemente ingresarían a proceso de adopción. Me gusta pensar que todos encontraron una familia amorosa y que han crecido felices y seguros. Pero esa pequeñita con coletas diminutas y sudadera fucsia se me insertó en el alma. 

Aquel día, al volver a casa, estaba muy afectada. Despedirme de ella había sido muy difícil para ambas. Recuerdo que la maestra que les acompañaba había tenido que arrancarla (literalmente) de mis brazos porque se aferró con todas sus fuerzas y las 3 (niña, maestra y yo) llorábamos en la puerta del vehículo. Caminé las pocas cuadras desde el museo hasta mi apartamento y me encontré allí con una de mis mejores amigas. No recuerdo muy bien si le pedí expresamente que fuera o era algo que habíamos acordado previamente, pero allí estuvo en la noche y me escuchó la historia de aquella visita tan especial. Traté de describirle eso que estaba sintiendo en aquel momento, una especie de vacío dolorosamente inmenso que me había quedado adentro, que no era la primera vez que sentía, sólo que ese día había sido más notorio. Hablamos durante horas sobre lo que yo sentía y pensaba cuando estaba junto a los chiquitines, esa mezcla de dulzura, amor, ternura, dicha y risa, pero también angustia, preocupación, cuidado y sí, un vacío al final con su partida.


Entre todas las cosas de las que hablamos aquella tarde, una muy importante fue el hecho de que, aún teniendo claro que quería ser madre, no quería casarme, ni convivir con una pareja. Hasta ese momento me parecían incompatibles las dos situaciones, lo que ahora me parece absurdo, pero en ese momento era angustiante. Entonces quedó una tarea para mí: ver la película "Antonia" (o "Memorias de Antonia") (1995). Si ya la han visto entenderán por qué me dejó esa recomendación, si no lo han hecho les invito a hacerlo. Si conocen los tremendos personajes femeninos de la película, van siguiendo el hilo de este escrito e intuyen el final de esta historia, sabrán que la película me permitió resolver la disyuntiva pareja-maternidad. 


Pero recordarán que les dije que era el 2013 cuando tuvo lugar ese dulce encuentro con la pequeñita que recorrió el museo entre mis brazos y mi regazo. Ese año yo empezaba mi doctorado, tenía una beca parcial y debía trabajar para completar mi manutención. El doctorado tenía, como la mayoría de los que se cursan aquí en Colombia, una buena proporción de clases y seminarios teóricos durante los primeros años, al tiempo que debía avanzar en el proyecto de la tesis. Así que el panorama era estudiar mucho y trabajar de tiempo completo durante los siguientes años. Tener un bebé no parecía encajar muy fácil en aquel escenario, pero aún así lo contemplé. Cuando lo hablé con mis tutores del doctorado me dijeron que no lo lograría, que tenía que decidir entre continuar estudiando el posgrado y ser madre. Todo se volvió tan difícil en los siguientes semestres que la decisión no fue necesaria, simplemente no se pudo hacer todo. Mi salud tampoco lo permitía por aquel entonces, pero eso ya lo he contado en otros textos y tal vez lo profundice más adelante. Así que me conformé con seguir jugando y aprendiendo de los bebés en el museo. 


Durante esos años prendí a volar, a gatear, a saltar, a abrazar, a jugar, a secar lágrimas, a llevar de la mano, a cargar en brazos, a dar mimos. Acompañé otras maternidades que llegaron a ese lugar de trabajo, leí muchísimo sobre familias diversas, reproducción asistida, donantes, maternidades sin pareja, embarazo y fibromialgia, crianza y doctorado. Los años pasaron, los trabajos cambiaron, el posgrado se transformó en una travesía extenuante y frustrante. Me formé como doula para acompañar a otras madres y en el camino me descubrí como una en formación. Perdí mi primer embarazo y, como parte de lo que hice para curar la herida tan profunda que eso dejó, volví a trabajar con bebés. Si logran encontrarme en esta foto, verán mi sonrisa aunque no puedan ver mi rostro.


Verán mis brazos de mamá pulpo que contiene y explora con la mirada lo que está pasando. Esa soy yo, esa es mi esencia más genuina y feliz. Quienes me conocen saben que allí, en contacto con manitas pequeñitas está mi lugar más seguro en el mundo. Muchas veces he pensado que me equivoqué de carrera, pero quizás no, sólo di una vuelta muy larga para descubrirlo y poderlo hacer realidad. Aprendí a volar en el horario de 10:00 a.m. a 5:00 p.m., mientras que los adultos que me evaluaban entre las 6:00 y las 9:00 p.m. me cortaban las alas. El aprendizaje de aquellos vuelos y de los juegos felices de la sombrerera en el museo me dieron el regalo más grande del mundo: la certeza de mi anhelo de ser madre. Aquel día de la visita volando por las salas publiqué la foto (la primera de este texto) en mi Facebook preguntando a las personas adultas que me seguían si todavía recordaban cómo volar. Yo lo olvidé por momentos en los siguientes años, me costo mucho recordar cómo hacerlo. 


Por estos días he vuelto a estar rodeada de niñas y niños, un poco más grandes pero también llenos de ideas, de sonrisas y sueños maravillosos. Recordé esa dicha y esa magia en medio de semanas muy difíciles para mi anhelo. Más pérdidas y más dificultades han ocurrido desde aquella época de jugar en el jardín del panóptico o en los jardines infantiles del centro de Bogotá. Pero el fuego sigue estando vivo en el camino que conduce de mi útero a mi corazón, y yo necesitaba recordarlo para sostener la paciencia que se pone a prueba en esta pausa llena de incertidumbres y de nuevos duelos. 

Puede que mis compañeros -y hasta mis coordinadores y jefes- del trabajo lean esto, o puede que no. Espero que la historia no les perturbe demasiado, aunque sé que puede cambiar lo que piensan sobre mí y mi trabajo, para bien o para mal. Mis colegas de los museos seguramente recordarán algunos fragmentos de lo que aquí les he narrado y reconocerán los espacios y las obras, aunque no la bebé pequeñita, tímida y apegada a mí que cambió todo en aquel 2013.

Mi amiga del alma que escuchó esa conversación en la noche de enero de 2013 y me animó a explorar la idea de ser madre sin pareja, lo que al final terminó siendo mi decisión, sabe esta historia y seguramente guarda en su memoria otros detalles. Pero me gustaría que la recordara por dos razones: primero porque actualmente pasa por un momento difícil y quiero que recuerde que su compañía ha hecho posible está dulce y retadora maternidad en construcción (aunque ella lo sabe muy bien). Segundo, porque al finalizar el día de la madre, quiero también agradecer a las amigas que, aún sabiendo claramente que la maternidad no es su deseo, están aquí acompañando mi decisión con tanto amor y paciencia. Ellas saben quienes son y lo mucho que les agradezco su presencia en mi vida.

He escogido fotos para esta historia en la que no se vean completamente los rostros de las niñas y niños. También contienen vistas de obras que hacen parte de la colección del museo. Les pido el favor de no compartirlas de ninguna manera.

lunes, 20 de marzo de 2023

Marzo y lo que me falta


Mi abril era en marzo, pero tampoco fue y me hace falta. Los últimos días me ha invadido el dolor, pero un dolor extraño, hueco, frío, que evoca vacío. Me ha costado mucho trabajo expresarlo, ponerlo en palabras; incluso este texto lo reescribí varias veces, porque siento que no va a tener mucho sentido y que sonará como una tontería, pero al mismo tiempo sé que es real lo que siento y que negarlo no me va a ayudar. Decidí que iba a dejar estar la tristeza y el dolor del vacío, pero eso no lo hace más fácil ni le da más sentido.

Yo estoy acostumbrada a temer a la tristeza, a salir corriendo cuando la veo aproximarse porque generalmente me consume y me arrastra. Me esfuerzo mucho por huir de ella o por "tramitarla" rápidamente, lo cual casi nunca me sale bien. Pero en las últimas semanas no quise que fuera así, quería sentir el dolor y la tristeza, quería entenderlos y sentirlos.

Sabes hermano lo triste que estoy
Se me ha hecho vuelo de trinos
Y sangre la voz
Se me ha hecho pedazos
Mi sueño mejor
Se ha muerto mi niño, mi niño, mi niño
Mi niño, hermano

La cuestión es que mis bebés iban a nacer en marzo, primero en el 2019 y luego este año. Mis pérdidas han ocurrido casi en las mismas semanas y aunque han sido tan tempranas, las he experimentado de una manera muy descarnada y he sufrido mucho. Seguramente porque han sido embarazos muy deseados y muy buscados. Con el último embarazo, particularmente, he tenido el privilegio enorme de haber sido consciente del momento de la concepción, algo que las mujeres generalmente no pueden vivir con conciencia plena. Entonces siento el vacío enorme porque mis bebés no están aquí, y porque incluso si estuvieron muy poco tiempo, fue suficiente para imaginar su presencia, hacer planes e ilusionarme.

En este marzo de 2023 yo iba a tener un bebé sumamente esperado y celebrado, un ser que había sido posible gracias a mi perseverancia, a la ciencia y al amor de tantas personas que acompañaron y apoyaron el tratamiento que lo estaba haciendo posible; en cambio, transito este mes haciendo exámenes y pruebas para saber qué pasa con mi cuerpo y con los embriones que me quedan, porque sólo sigo recibiendo resultados negativos y porque ese aborto fue extraño y asustador. En marzo de 2019, en lugar de graduarme del doctorado con una barriga enorme o con un bebé recién nacido en brazos, asistí a la ceremonia el mismo día en que se suponía que nacería, llorando a escondidas desde la mañana hasta la noche para que nadie lo notara.

No pudo llenarse la boca de voz
Apenas vació el vientre
De mi dulce amor
Enorme y azul, la vida se le dio
No pudo tomarla, no pudo tomarla
De tan pequeño

A pesar de que sé que no es el final y que existe la posibilidad de que pueda ser madre de nuevo y para siempre, algo muy profundo se ha roto en cada pérdida. Me siento no sólo dolida por ello sino también "inadecuada" porque ese sentimiento no parece ser común o aceptado, las pérdidas tempranas son tan comunes que siento como si todas las mujeres las hubieran experimentado y cuando escucho de otras madres hablar con naturalidad de ellas, no puedo evitar preguntarme si también les extrañan así o si han experimentado tanto dolor. Me cuestiono mi propia cordura y mi debilidad o fortaleza. Desde luego sé que es un pensamiento extremo y que carece de sentido cuando se piensa bien, pero se siente así y es más difícil.

Ayer pensaba en que todo el tiempo recibo mensajes en los que se nos dice que nos concentremos en el presente, pero yo no puedo dejar de pensar en lo que iba a ser, en lo que no es en este momento. Ahora que es más difícil imaginar las posibilidades de tener a mi bebé, y que no depende de mi deseo sino de las circunstancias que me acompañan, se hace más difícil imaginar y planear de nuevo.

Yo le había hecho, una blanca canción
Del amor entre una nube
Y un pez volador
Lo soñé corriendo, abrigado en sudor
Las mejillas llenas, las mejillas llenas
De Sol y dulzor

También debo decir que estas pérdidas han traído unas enseñanzas muy poderosas,  que no es que las desconozca, sino que en días tristes se desdibujan. Tampoco quiero caer en esa idea de que el dolor nos enseña, no porque no sea cierto sino porque trae el riesgo de desconocer el dolor en sí mismo, de minimizarlo y sustentarlo únicamente en tanto que es aprendizaje. Pero lo cierto es que estos breves y extraños embarazos me han traído como regalo la ternura y la felicidad de mi propia reacción y de la de otras personas. Extraño mucho las respuestas emocionadas, las tardes celebrando, los planes hechos en conjunto con la familia y los amigos.

A pesar del dolor elijo la esperanza de volver a sentir esas sensaciones y emociones que experimente durante algunas semanas, ojalá por un tiempo mucho más largo y sin este dolor. Pero no me quiero privar aún de ello por el miedo de volver a pasar por esto. También sé ahora que pasé por lo más difícil: decir adiós a los seres que más he amado y deseado, y pasé por eso dos veces; y eso me convierte en una mujer muy fuerte.

Era en abril el ritmo tibio
De mi chiquito que danzaba
Dentro del vientre, un prado en flor
Era su lecho y el ombligo y el ombligo
El ombligo el Sol

Mi Lucerito y mi Cielito (ese fue el nombre que les puse tras su partida) han sido mi mayor ilusión, me han dado las semanas más felices de mi vida y me acompañado espiritualmente desde entonces. Pero iban a estar en mis brazos un mes de marzo y, en cambio, no pude ni siquiera verles. Iban a ser mi abril, florido, soleado y dulce. Así que si me ven triste en estos días, que sepan que es sólo nostalgia, nostalgia del presente y del futuro. No estaré así siempre, pero necesito sentirlo por ahora, necesito hablar de ello y me está costando mucho decirlo. También sé que algún día no dolerá tanto este mes, que será tranquilo. Habrá otros abriles y otros marzos, más dulces y sonrientes, pero estos todavía no lo son y estoy extraviada en esa certeza. 

Les he puesto en itálica y centrados, los versos de una canción que se titula "Era en abril", compuesta por Jorge Fandermole e interpretada por Juan Carlos Baglietto y Silvina Garré hacia 1982. Es una canción muy triste y define perfectamente lo que se siente en esta situación. Pueden oír una versión en vivo aquí: https://www.youtube.com/watch?v=Pwv4SUwieeQ 

martes, 21 de febrero de 2023

¿Hasta dónde? y ¿Por qué no?

¿Hasta dónde? y ¿Por qué no?

Estos días he leído excelentes y desgarradoras crónicas de mujeres que, como yo, están en medio de tratamientos de reproducción asistida. Me parece maravilloso que existan estas crónicas, sobre todo que existan en español y en las palabras de mujeres latinoamericanas como yo, atravesadas por realidades de este lado del mundo, incluso con todas las diferencias y los privilegios que cada una tiene en mayor o menor medida y según su contexto. Me parece maravilloso, digo, porque puedo sentirme recogida en sus palabras, porque siento que alguien más está sintiendo o ha sentido exactamente eso que yo siento, exactamente ese mismo tipo de tristeza, rabia, frustración ilusión, angustia, incertidumbre, etc. y, al ver que no soy la única, me alejo un poco de mi sensación de ser muy inadecuada, de estar mal o de haber fracasado en mi propia gestión emocional. Al mismo tiempo, me impresiona muchísimo saber que somos tantas las mujeres que atravesamos por estas dificultades, que gestionarlas es tan difícil y que el contexto laboral, familiar, político, económico, no nos está ayudando. A veces me cuestiono si esas lecturas me ayudan o me angustian más, pero esa pregunta no me la puedo responder, así que la dejo allí, dando vueltas en la cabeza como muchas otras.

Hace unos días, hablando con un amigo, me di cuenta que había dos preguntas que muchas personas de mi entorno me hacían casi en los términos: ¿hasta dónde o hasta cuándo vas a seguir? y ¿realmente es tan importante este proyecto de la maternidad como para continuar con esto?. No son preguntas menores, no en el contexto de haber pasado del simple proceso que parecía ser al comienzo al tratamiento complejo y con fallos en que estoy ahora. Al principio pensé que las preguntas me enojaban, pero creo que no es eso sino que me confrontan, me cuestionan y me ponen en un lugar muy extraño. Y no porque las preguntas sean difíciles de responder o tenga dudas, sino todo lo contrario, por la rapidez y lo obvio que me resultan las respuestas que doy. 


Desde que empecé el camino de convertirme en madre sin pareja por elección, he ido corriendo las barreras del "hasta dónde": al principio era imposible para mí pensar en la reproducción asistida, luego me parecía que no pasaría de la inseminación artificial, pero di el salto a la in vitro y pensaba que sería definitivo, pero ahora tengo un diagnóstico de fallos de implantación y abortos recurrentes que me pone de cara a un montón de pruebas diagnósticas para mí y para mis embriones, nuevas posibilidades a considerar, y por primera vez la opción de que no sea posible. Así que la respuesta a la pregunta ¿hasta dónde o hasta cuándo vas a seguir? es: "hasta que lo logre" al menos por ahora es esa, pero no sé si va a pasar, ni de qué modo ni en qué momento, por lo que cada vez corro más el límite de lo que voy a hacer para conseguirlo. 

Y sobre si ¿realmente es tan importante este proyecto de la maternidad como para continuar con esto? me pasa algo similar, la respuesta es casi la misma, pero más simple: ¿y por qué no? ¿por qué no lo sería? ¿por qué no podría serlo?. A veces siento que pertenecer a esta generación que no da por sentada la maternidad, que lucha por poderla decidir, que no la ve como único destino, ha hecho que sea difícil también ponerla como prioridad en un momento de la vida. Suena sospechoso, casi equivocado. Pero yo me cuestiono por qué, tras haber hecho lo que se supone debía hacer: estudiar una carrera, hacer dos maestrías y un doctorado (y hasta un posdoctorado), explorar diferentes trabajos que amé y que odié hasta encontrar uno que me gusta mucho y que es estable (está bien, no tengo casa, carro y finca propios pero puedo vivir sin cumplir todavía esos estándares, porque tengo un techo, me puedo movilizar por la ciudad y voy al campo cada vez que quiero hacerlo); por qué después de hacer todo lo que se supone que una mujer de mi generación y con los privilegios que tuve debería hacer, no podría elegir ahora que mi prioridad es ser madre. Es como si no fuera suficiente o si tuviera que seguir haciendo otras cosas, ascender en el trabajo, estudiar más, comprar la casa y el carro. Todo está en contra y todo es muy difícil, pero es mi momento de hacerlo y quiero luchar por el derecho a decidir que así es.


No es que esté feliz con la situación en la que me encuentro, por supuesto quisiera que fuera más sencillo, más tranquilo y más rápido (y más barato también). Pero no quiero darme por vencida ni salir de esta ruta todavía. Quiero continuar, tengo ilusión y creo que todavía hay algunas oportunidades de cumplir mi sueño, pero eso no significa que esté bien todo el tiempo y que no esté agotada, aterrada y triste también. A diario alterno la ilusión con la desilusión, la ternura con la rabia, la fuerza con la vulnerabilidad, la valentía con el miedo. Hablar sobre esto -por si se lo están preguntando a estas alturas de mi catarsis- es lo que más me ayuda, nunca sé cómo pedir ayuda y escucha, pero es lo que necesito, es el tipo de apoyo que me sirve, pero sin que implique el consejo de parar ya, porque no puede ser que la única opción sea esa. Si alguna vez te has preguntado cómo ayudarme a mí o a otra persona que está pasando por este proceso, mi consejo siempre será el mismo: de todas las formas posibles de apoyar, la más sencilla y útil es sentarse y escuchar, generalmente sin dar consejos, sin opinar, sin juzgar. Puedes acompañar la escucha de un helado, un abrazo, una caminata, un detalle para mantener la ilusión, un plan que contribuya al cuidado y al descanso, pero en principio, sólo siéntate y escucha, incluso hazlo antes de que te lo pida, porque es muy difícil hacerlo. Sé que las personas que me aprecian se preocupan por mí, yo también lo hago, créanme, también estoy muy asustada y quiero estar a salvo de los dolores y las decepciones, pero no va a ser posible en este proceso: la mayor alegría sólo es posible si sigo poniéndome en la línea de las posibilidades más tristes. Es paradójico pero es así. De eso hablan las crónicas que he leído recientemente, yo no escribo tan bonito como sus autoras, pero me siento identificada con sus palabras y estas son las que me salen a mí.









lunes, 9 de enero de 2023

Deseo de Navidad

Hoy guardé otra vez los adornos de Navidad, intactos. Ninguno fue usado para jugar, ninguno cayó al piso, este año ni siquiera sonaron las maracas con los villancicos. Probablemente ha sido la época navideña, de fin de año y de cumpleaños más extraña que he tenido, la más conflictiva, las más triste, la más confusa, la más solitaria también. Y no puedo culpar a nadie por nada de esto, aunque quisiera, desde lo profundo de la rabia y el miedo que acompañan.


Puse cada adorno de juguete en el arbolito un día antes de mi segunda transferencia embrionaria, porque quería que todo estuviera listo para aquellos días de espera; puse también una estrella por cada embrioncito que no se ha quedado conmigo y una grande en la punta -la Estrella de Belén- para indicarle el camino a los que quedan. Conseguí animalitos y casitas pintorescas para agrandar el pesebre, quería que fuera más tierno y más "típico", puse más paja en la cunita del Niño Dios para que fuera más acogedora y le pedí algo especial al Ángel de la Anunciación. En la Noche de Velitas estaba cuidándome en reposo, así que sólo encendí una velita en mi habitación, pero la encendí con mucha fe y con ilusión.



Esta no era la Navidad que había imaginado hace un año. Tampoco la que pensé en marzo cuando las cuentas me daban un bebé recién nacido para la Nochebuena. Ni en julio cuando imaginaba una gran panza destapando regalos. Incluso en el comienzo de este diciembre cuando pensaba que iba a dar anuncios felices en la cena. En cada ciclo, antes de ser fallido, yo había soñado también con estas fechas. Llevo 10 años pidiendo el mismo deseo a la Estrella de Belén y al Niño Dios. Las medias tejidas por la abuelita para el árbol han tomado un nuevo significado, ahora me parecen más pequeñas medias de bebé, como las que cuelgan las chicas españolas de los grupos de infertilidad para desearle buena suerte a las que siguen en la búsqueda.


Esta no era la Navidad que había imaginado, no hay bebé en el vientre ni en los brazos, hay otro hijo en el cielo y 4 embriones esperando un futuro incierto desde su propio Polo Norte. Todo parece confuso e incierto, todo se tornó más difícil de lo que había imaginado alguna vez, de repente estoy de cara a posibilidades que me parecía que sólo le pasaban a otras mujeres, que nunca llegaría hasta allí. Definitivamente este no era el fin de año 2022 y el inicio de 2023 que quería pero es lo que tengo y me aferro con fuerza a la esperanza, a la cauta ilusión propia y de la familia y las amistades que pasito susurran "ojalá pronto".

Tal vez en mi caso sea una fortuna (y por primera vez lo veo así) que la Navidad esté tan cerca del inicio del nuevo año y de mi cumpleaños, porque puedo juntar todos los deseos y propósitos. Una claridad me llegó en estos días en alguna de las cuentas que sigo: tener un bebé no puede ser un propósito de año nuevo, es un sueño, es un deseo, pero no un propósito porque no está completamente en nuestras manos lograrlo. Todavía quiero pensar que si no es la Navidad que había imaginado es porque vendrán unas mejores, para eso son los deseos de Navidad, para eso comemos las doce uvas el 31 de diciembre a media noche, para eso deseamos algo especial al soplar las velas de cumpleaños. Por primera vez no estoy segura de que vaya a lograrlo, pero me conforta que siga siendo un sueño dulce, un deseo bonito. Ojalá haya navidades más dulces en el futuro, con juguetes en el piso, maracas en los villancicos y regalos tiernos.

sábado, 15 de octubre de 2022

Ritualitos no tan dulces

Cada día se hace lo que se puede con lo que se siente, que a veces es mucho y a veces cambia.Porque no vamos por la vida con una maleta sellada de emociones que no salen nunca, que no se mueven, que no se ven. Lo que pasa es que tenemos que moderarlas porque de otra forma no podríamos funcionar en el día a día. Pero lo que sentimos está ahí, hondo y bien implantado (qué paradoja que yo escoja ese adjetivo).

Y para hacerle frente y darle sentido a esas emociones y a los misterios de la vida, nos inventamos los rituales: agarramos lo que traemos heredado culturalmente materializado en unos símbolos y lo resignificamos, lo acomodamos en un tiempo y un lugar. Ahora además le tomamos fotos y lo compartimos.

Mi altar cambia constantemente y no es solamente un altar dedicado a mi maternidad, aunque se nutre mucho de ello. Pero jamás lo he concebido como un lugar concluido y estático. Pongo objetos, los quito, los muevo según lo que voy sintiendo. Pero siempre hay una vela que enciendo en memoria de esas almitas pequeñas que encarnaron en mi vientre por unas semanas.


Hoy es 15 de octubre, día de la concientización sobre la muerte gestacional y perinatal. Como lo he hecho durante los últimos 5 años, yo también me uni a la ola de luz y encendí la velita en homenaje a lxs hijxs que se fueron demasiado pronto. A mis almitas pequeñas que me han hecho mamá y que renuevan mi fortaleza cada vez que su recuerdo se vuelve doloroso. Porque sí, es doloroso, no todo el tiempo, pero lo es y mucho. Y también renuevan mi amor y mi ternura cuando su recuerdo es dulce, aunque hoy especialmente me pareció que este tipo de fechas se nos pueden convertir, por la vía del positivismo tóxico y la onda de las redes, en mensajes edulcorados vacíos de sentido. Yo me resisto a ello, me resisto a dotar la experiencia traumática de perder un embarazo o un bebé recién nacido en un "regalo de la vida", "un don precioso", "una oportunidad para ser las madres más fuertes". No, estas experiencias duelen y duelen mucho, no son regalos ni dones ni bendiciones, aunque de ellas aprendamos mucho y salgamos más fuertes. No somos mejores madres ni más "poderosas" por no tener a nuestrxs hijxs con nosotras. Somos madres diferentes y punto, que muy seguramente haremos las cosas diferentes (ojalá mejor) después de pasar por esto, pero no es algo por lo que yo agradecería nunca. 

Agradezco la brevísima existencia de Lucerito y Cielito en mi vida y agradezco que me hicieron madre, pero no puedo agradecer por su partida, por más transformadora que sea, porque no la desearía ni la repetiría nunca. Y quisiera que pensáramos en esos mensajes que compartimos en estas redes. Podemos enaltecer el amor que nos dejan, podemos agradecer su venida a nuestras vidas, podemos atesorar sus enseñanzas, pero entre tanto hay miles de mujeres sufriendo desgarradoramente porque acaban de pasar por esa pérdida y nuestro "dulce" mensaje no necesariamente les conforta. Tal vez el otro año yo misma tenga otra idea al respecto, hoy me salió esta.

Justo después de tomar la foto vi dónde había quedado el reflejo de la llama en el cuadro del fondo... Creo que no es por azar.