martes, 26 de marzo de 2019

Despacito: los tiempos de la maternidad

Despacito: 
los tiempos de la maternidad

Por favor no me pidas que vaya más rápido con mi maternidad. Tampoco me pidas que vaya más lento. Voy a mi velocidad, a la que necesito ir. En mi camino de búsqueda de la maternidad y en mi duelo, el ritmo lo marco yo. Nadie más. Sé que a veces parezco un huracán y a veces un lago quieto, pero así es el proceso: no puedo anticiparlo ni cambiarlo.

Por favor no me pidas que deje de pensar en mi deseo de ser madre o de hablar sobre los/las hijo/as que perdí. No me digas que esos temas no pueden o no deben ser el centro de mi vida. Para algunos, la vida gira en torno al trabajo, la empresa, el fútbol, la música, el dinero, el ambiente, la política... Para mí, el motor de mi vida presente es mi maternidad y creo que está muy bien que lo sea, es mi derecho, como es el de otras mujeres decidir que no lo quieren así.


Cundo emprendí el camino de la maternidad, creí que sería más sencillo, que no habría tantos tropiezos. Recuerdo que al empezar a hablar con mis amigas sobre mi sueño de ser madre, hacíamos cuentas automáticamente y suponíamos que en 9 meses yo tendría a mi bebé, y ensoñábamos sobre ese supuesto. Desde hace 4 años, hago mis planes sobre esa idea: dentro de # meses tendré a mi bebé.

Pero los planes cambian y los retos aparecen uno tras otros: diagnósticos complicados, dificultades con los donantes, desempleo, abortos espontáneos, crisis personales, etc. Es como una carrera de obstáculos interminable. Los días, las semanas, los meses y los años pasan. El reloj biológico apremia, el corazón también, el útero se siente vacío. La gente pregunta para cuándo, yo me pregunto para cuándo. Soñar y hacer planes deja de ser suficiente, hablarlo es poco para lo que duele. Al final, es que yo no pedí que este libro viniera en otro idioma ni con las páginas en desorden, pero fue el que me llegó y ahora voy a leerlo a mi propio ritmo.


Hace tiempo llegó a mí este texto y desde entonces lo comparto con quienes me preguntan por los tiempos de la maternidad, esos que son tan misteriosos, tan poco claros de labios para afuera, tan íntimos y a la vez tan demandantes de empatía:


Preocúpate de tu propio útero
Nadirah Angail

En alguna parte hay una mujer de 30 años y sin hijos. La gente le pregunta: "¿Sigues sin tener hijos?" y su respuesta varía de un día a otro, pero suele incluir sonrisas forzadas y censura. "No, aún no", contesta entre risas, intentando ahogar la frustración. "Bueno, no esperes mucho más. El tiempo corre, ya lo sabes", le aconseja la erudita de turno antes de marcharse, satisfecha consigo misma por haber compartido tal sabiduría. La erudita se va. La mujer aguanta la sonrisa. A solas, llora...
Llora porque se ha quedado embarazada cuatro veces y porque ha abortado las cuatro.
Llora porque lleva intentando quedarse embarazada desde la noche de bodas, y eso fue hace cinco años.
Llora porque su marido tiene una exmujer que sí le ha dado hijos.
Llora porque quiere probar la fecundación in vitro desesperadamente, pero no se lo puede permitir.
Llora porque ya ha probado la fecundación in vitro (en varias ocasiones) y sigue sin tener hijos.
Llora porque su mejor amiga no quiere ser su vientre de alquiler. Como ya le ha dicho, "sería muy raro".
Llora porque la medicación que está tomando impide que se quede embarazada.
Llora porque este tema es motivo de conflicto en su matrimonio.
Llora porque el médico le ha dicho que ella está bien, pero en el fondo sigue pensando que la culpa es suya.
Llora porque su marido se echa la culpa, y esa culpa hace que sea difícil vivir con él.
Llora porque sus hermanas tienen hijos.
Llora porque una de sus hermanas ni siquiera quería tener niños.
Llora porque su mejor amiga está embarazada.
Llora porque su madre le sigue preguntando que a qué está esperando.
Llora porque sus suegros quieren ser abuelos.
Llora porque sus vecinos tienen gemelos y los tratan fatal.
Llora porque hay chicas de 16 años que se quedan embarazadas sin querer.
Llora porque es una tía genial.
Llora porque ya había pensado nombres.
Llora porque en su casa hay una habitación vacía. Llora porque dentro de su cuerpo hay un vacío.
Llora porque tiene mucho que ofrecer.
Llora porque su pareja sería un gran padre.
Llora porque podría ser una gran madre, pero no lo es.

El algún lugar hay una mujer de 34 años con 5 hijos. La gente le dice: "¿Cinco? ¡Por Dios, espero que ya hayas acabado!" y se ríe... porque ese tipo de comentarios hacen gracia. La mujer también se ríe, pero no es una risa sincera. Ella cambia de tema, como hace siempre, y hace la vista gorda ante esa falta de respeto. Otro día igual. A solas, llora...
Llora porque está embarazada otra vez y siente que tiene que esconder la alegría.
Llora porque siempre quiso tener una familia numerosa y no entiende por qué a la gente parece molestarle.
Llora porque no tiene hermanos y se sintió muy sola cuando era niña.
Llora porque su abuela tuvo 12 hijos y le encantaría ser como ella.
Llora porque no puede imaginarse la vida sin sus hijos, pero la gente los concibe como un castigo.
Llora porque no quiere compasión.
Llora porque la gente asume que esto no es lo que quería.
Llora porque la gente asume que es una irresponsable.
Llora porque la gente piensa que no tiene ni voz ni voto.
Llora porque se siente incomprendida.
Llora porque está harta de tener que defender sus decisiones privadas.
Llora porque ella y su marido son perfectamente capaces de mantener a la familia, pero eso parece dar igual.
Llora porque está harta de los comentarios graciosos.
Llora porque no mete las narices en la vida de los demás.
Llora porque le gustaría que los demás no metieran las narices en su vida.
Llora porque a veces duda de sí misma y se pregunta si debería haber parado cuando tenía tres hijos.
Llora porque a la gente le falta tiempo para ayudar, pero no para criticar.
Llora porque está harta de las miradas escudriñadoras.
Llora porque no es un mono de feria.
Llora porque la gente es maleducada.
Llora porque la gente se cree con derecho a opinar de su vida privada.
Llora porque lo único que quiere es vivir en paz.

En otro lugar hay una mujer de 40 años que tiene un hijo. Y la gente le dice: "¿Solo uno? ¿Nunca has querido tener más?". "Estoy contenta con mi hijo", contesta, repitiendo la respuesta ensayada que ha tenido que dar tantas veces que ya ha perdido la cuenta. Suena bastante creíble. Nadie sospecharía que, a solas, llora...
Llora porque su único embarazo fue un milagro.
Llora porque su hijo le pide un hermanito.
Llora porque siempre quiso tener por lo menos tres.
Llora porque su segundo embarazo tuvo que ser interrumpido para no arriesgar su propia vida.
Llora porque el médico le advierte de que otro embarazo sería "de alto riesgo".
Llora porque ya le cuesta cuidar del único hijo que tiene.
Llora porque a veces uno pesa como dos.
Llora porque a su marido ni se le ha pasado por la cabeza tener otro.
Llora porque su marido murió y no ha vuelto a encontrar el amor.
Llora porque su familia piensa que con uno es suficiente.
Llora porque está centrada en su carrera y no puede permitirse quedarse rezagada.
Llora porque se siente egoísta.
Llora porque aún no ha perdido el peso que ganó durante el primer embarazo.
Llora porque la depresión posparto fue muy intensa.
Llora porque no quiere ni pensar en tener que volver a pasar por eso.
Llora porque tiene problemas físicos y el embarazo solo los acentúa.
Llora porque aún lucha contra la bulimia.
Llora porque tuvo que someterse a una histerectomía.
Llora porque quiere tener otro hijo, pero no puede.

Estas mujeres están por todas partes. Son nuestras vecinas, nuestras amigas, nuestras hermanas, nuestras compañeras de trabajo, nuestras primas. Nuestros consejos u opiniones no les sirven para nada. Sus úteros son solo suyos. Respetémoslos.

Una versión de este post fue publicada originalmente en NadirahAngail.comEste post fue publicado con anterioridad en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Lara Eleno Romero.

sábado, 9 de marzo de 2019

Homenaje a la maternidad difícil

Homenaje a la maternidad difícil

Hace unos días tuve un sueño en el cual estaba sentada, sobre mi cama, con un bebé en mis brazos (hasta ahí, un sueño precioso). Pero en esa escena del sueño yo tenía muchísimo dolor en todo el cuerpo y me sentía realmente triste, no podía dejar de llorar y, desde luego, el bebé tampoco. Me desperté y permanecí sintiendo ese dolor y esa tristeza todo el día. Durante los días siguientes le di vueltas al sueño una y otra vez, tratando de descifrar lo que significaba y sólo podía sentir que era aterrador ese escenario: ¿En qué estaba pensando yo, con mi historia de episodios depresivos y fibromialgia, cuando se me ocurrió emprender el camino de la maternidad? ¿Y en solitario? ¿Había siquiera contemplado que esa escena de mi sueño podía ser real? ¿Que podía estar en unos meses llorando de dolor y de tristeza con un bebé en brazos que lloraba pidiendo lo que su madre no podía darle?. Sí, lo había pensado, lo pienso todos los días.

Entonces vinieron a mi mente Serrat y las Nanas de la cebolla de Miguel Hernández, una de las canciones más entrañables de mi infancia, uno de mis poemas favoritos: "Una mujer morena, resuelta en luna, se derrama hilo a hilo sobre la cuna. Ríete, niño, que te tragas la luna cuando es preciso". Pensaba en esa canción y en el homenaje de Miguel Hernández a su esposa y a su hijo: a la primera por entregarse al cuidado de la cría en medio del hambre y la miseria; al segundo por sonreir y por existir, a pesar de todo. Pensaba en las miles de mujeres que han sido y que son madres en medio de las circunstancias más difíciles: las que cruzan fronteras y son perseguidas por buscar un futuro mejor para sus hijos; las que soportan enfermedades terribles pero resisten hasta último momento al lado de sus retoños; las que prefieren morir de hambre, de un disparo, de dolor, de frío, de vergüenza, antes que ver sufrir a los que aman.


Y estos meses, acompañando y dejándome acompañar por otras mujeres que, como yo, han perdido a sus hijos durante la gestación o recién nacidos, leyendo sus historias o escuchándolas frente a mí, pensaba en el valor de estas madres, en el mío propio también (un poco). He leído estas crónicas de madres que pierden 1, o 3, o 6  embarazos y siguen intentándolo. He escuchado a las que pierden a un hijo que solo pueden acunar por unos pocos minutos o días, o que han tenido que dar a luz sabiendo que su pequeño ya nace dormido. Conozco las historias de mujeres que pasan por procesos de reproducción asistida que tardan hasta 10 años, o que esperan un hijo en adopción por 4 o 5 años, mujeres que nunca consiguen ese anhelado embarazo. Siento todos los días sus historias y la mía y me confronta la maternidad difícil, terca, esquiva, imposible. Pienso en el dolor de tener un embarazo deseado y perderlo a los pocos días de saberlo, pienso en criar un hijo sola en un país como el mío, pienso en la amenaza del dolor crónico, pienso en la sombra de la depresión. ¿Por qué algunas mujeres lo tienen tan difícil? ¿Por qué los bebés deseados y amados se mueren? ¿Por qué hay mujeres que no quieren ser madres y quedan embarazadas y dan a luz sin mayor dificultad?: "Ser de vuelo tan alto, tan extendido, que tu carne parece cielo cernido. ¡Si yo pudiera remontarme al origen de tu carrera!

Es que se vuelve inevitable pensar cada vez que ves una mujer embarazada o con su bebé ¿Por qué ella sí puede y yo no? ¿Por qué parece tan fácil para todas menos para mí?. A mí siempre me pasaba que la maternidad de una mujer cercana me llenaba de emoción y de dicha, genuina felicidad, moría de ganas de acompañarla y de saber cada buena nueva de su proceso. Últimamente es más difícil, y no es que no me alegre, sino que la emoción es más compleja, es ambigua. Y la culpa que esos sentimientos producen es enorme. "Alondra de mi casa, ríete mucho. Es tu risa en los ojos la luz del mundo. Ríete tanto que en el alma al oírte, bata el espacio". Porque claro, en el fondo, yo no creo que ninguna mamá lo tenga fácil, no creo que la maternidad sea simple, para nadie. Pero a veces parece una cuesta demasiado empinada y el mundo se convierte en un tren sin frenos que te atropella y te hace rodar cuesta abajo. Llegas a un punto en el que te peleas con la existencia entera. 



Cuando tengo la posibilidad de estar con bebés, siempre pienso en el tipo de madre que seré si algún día tengo los míos. También pienso en sus madres, conocidas o no, en sus historias, en su llegada a este mundo. Hace unos días, estaba en una fundación a la que empecé a asistir como voluntaria de la salacuna: ayudando a alimentar, bañar, vestir, acostar, mimar a los bebés. La mayoría de ellos están en procesos de restitución de derechos o en camino de ser adoptados. Con uno de aquellos bebés en mis brazos, buscando desesperadamente refugio en mi seno que no puede sino cobijarlo, yo pensaba en la injusticia de esa escena: él era un bebé que no tenía a su madre y yo era una madre que no tenía a su bebé, sólo teníamos ese instante de profundo amor y consuelo mutuo: "Vuela niño en la doble luna del pecho. Él, triste de cebolla. Tú, satisfecho. No te derrumbes. No sepas lo que pasa ni lo que ocurre".


Mi propia búsqueda de la maternidad me ha enseñado que la maternidad no es sencilla, que no está ni cerca de la fantasía que nos han vendido los medios y la literatura, que como dice un querido amigo: "eso de que de un sólo golpe te quedas embarazada de trillizos y la siguiente escena es su primer cumpleaños, eso solamente pasa en las telenovelas". He aprendido que prepararse y que alistar el nido no siempre es suficiente, que los nidos se caen y se rompen. Que querer no siempre es poder. Mis maestras doulas nos decían siempre que había que desmontar la idea de que el embarazo y el puerperio son como nos muestran los comerciales de Huggies o de Johnson & Johnson: que no es besar colitas y hacer bombas de jabón en la tina. La maternidad es difícil, es dolorosa, es un camino de valientes. Mi homenaje es hoy para las mujeres que, contra viento y marea, persistimos en ella, para las que queremos cantar: "Es tu risa la espada más victoriosa. Vencedor de las flores y las alondras. Rival del sol. Porvenir de mis huesos y de mi amor".


Aquí va la versión de Serrat de las Nanas de la cebolla, poema de Miguel Hernández con música de Alberto Cortez:


* Las cursivas entre comillas son fragmentos de  la canción Las nanas de la cebolla