martes, 15 de febrero de 2022

No sé cómo hablar de lo que siento

Ya salí de la pista equivocada y creo que no estaba tan equivocada. Es sólo que el itinerario estaba en un orden diferente al que yo esperaba. Ya no me extraña tanto el miedo y de hecho ha ido cediendo paso a otros sentimientos. Pero esta semana no inicia con ellos en el centro, inicia con la tensión entre el habla y el silencio. ¿Qué decir y qué no? ¿Cómo decirlo? ¿A quién decirlo? Es más, ¿Por qué ni siquiera logro saber exactamente qué es lo que quiero decir?


La semana pasada empecé a reconciliarme con la lectura de literatura, porque entre las cosas que el doctorado me quitó, estaba el amor por la lectura y quiero recuperarlo. Entonces me uní a un grupo de mujeres que leen sobre maternidad. Cayó en mis manos el primer libro y no creo que haya sido gratuito: se trata de "In vitro", un ensayo de Isabel Zapata sobre su propio camino en la reproducción asistida y el embarazo. Yo leía y cada frase me servía de espejo: no estoy tan loca, otra mujer ha escrito sobre este mismo sentimiento -claro, yo no puedo hacerlo con tanta elegancia- y se siente un gran alivio. La cosa es que esto no resuelve mucho, no es que me aclare la mente, ni el corazón, sólo me da una sensación de no estar mal, de no ser inapropiada. Sigo tejiendo un montón de sentimientos y no sé qué hacer con ellos.



Mi historia de búsqueda de la maternidad ha tenido una característica especial: no ha sido un secreto, no me he esperado hasta tener 12 semanas de gestación para contarlo, lo hice público -en cierto modo- desde mucho antes de hacerse real por primera vez. Y es paradójico, lo saben personas desconocidas de otros países y no lo sabe mi familia, pero de ello escribiré en otro momento. Entonces el problema no es no saber qué decir, tal vez es cómo decirlo, en qué momento, a quién.

Ahora ha vuelto a ser un tema de conversación, y eso me hace feliz, pero conversarlo es difícil. Conversarlo, que es diferente a contarlo. Contar es sencillo, yo lo hago casi "automáticamente", cuando me preguntan, como ayer en medio de una jornada de planeación/integración laboral, "¿cuál es tu sueño?". Yo lo voy diciendo sin filtros, lo cuento con emoción y con orgullo. Pero luego no puedo conversarlo, me cuesta empezar una charla calmada y profunda sobre el tema y no sé si es porque yo no sé cómo hacerlo o porque es difícil, simplemente eso.

Hay días en los que me siento desbordada por los sentimientos, de todo tipo. Hace un par de semanas era el miedo, hoy era la ternura, ayer era el orgullo propio. Y no sé cómo hablar de ello, no es un problema de no tener con quién hacerlo, porque lo tengo, estoy rodeada de personas que me escuchan y acompañan de diferentes maneras, es que no sé cómo pedir esa conversación ni cómo empezarla. Tampoco sé cómo escribirlo y tal vez por eso este texto tampoco fluye más. Pero había que decirlo.



domingo, 6 de febrero de 2022

Aterrizar en la pista equivocada

Los sentimientos no nos llegan como los esperamos, ni cuando los esperamos. Son tercos y voluntariosos.

Hace unos días, antes de visitar la clínica de fertilidad con mi organizada carpeta de exámenes en orden y mi cabeza llena de preguntas, imaginaba que saldría de allí con mucha emoción, feliz, casi frenética -pensaba a ratos-. En cambio, salí pasmada, sin sentir casi nada en el momento. Pensaba, eso sí, en muchos escenarios y en cosas que tenía que planear, pero no sentía esa emoción desbordante, sino apenas una ilusión chiquita, como una pequeña vela, y tenía ganas de hablar, de contarle todo a muchas personas.

Tomé café con mi amiga del alma, hablamos de todos los detalles de la consulta, planeamos cosas alocadas y esperé a que la frenética emoción saliera a flote, pero no pasó nada. Me sentía como en shock, ir a la consulta y pagar el primer ciclo del tratamiento de reproducción asistida había hecho que todo se sintiera tan real que yo como que no aterrizaba, supuse entonces que en cuestión de horas o días lo haría.



Y entonces aterricé, un par de días después, aterricé -o alunicé, no sé muy bien- pero en la pista equivocada. No sentí esa alegría desbordada que imaginaba. Solo sentí pavor, sentí que aparecían de golpe todos los miedos que suponía que estaban "trabajados" y superados. Durante días no pude parar de pensar en todo lo que podía salir mal: desde un tratamiento que no funcionara porque yo hacía algo mal o porque tenía una extraña condición que las doctoras (sí, todas las que me atienden ahora son mujeres) tardaban años en descubrir, hasta un nuevo aborto espontáneo que logré imaginar en todas las etapas del embarazo. Por último, hacia el final de la semana, tuve la dolorosa idea de que tarde o temprano iba a olvidarme de Lucerito y eso sí que me pareció terrible.

Me sentía muy mal. ¿Qué tan rota tenía que estar para no poder disfrutar de este momento tan emocionante?. Nunca había estado tan cerca desde que perdí el embarazo de Lucerito y no podía disfrutar ni emocionarme. Maldito periodo, pensé cuando apareció la regla en medio de ese huracán. Malditas hormonas. ¿Cómo se me ocurrió hacer todo esto y dejar el antidepresivo al mismo tiempo?.


Entonces, de repente, surgió el llanto, la noche del viernes. Organizaba de nuevo mi altar y fue como si con la vela que encendía se encendiera algo por dentro también. Lloré durante un par de horas y me quedé dormida. Al día siguiente desperté en otra pista: había llegado a la ternura, la empalagosa y bella ternura. 

Sobre esta nueva pista de aterrizaje -o alunizaje- les contaré en mi próximo texto del blog.