domingo, 6 de febrero de 2022

Aterrizar en la pista equivocada

Los sentimientos no nos llegan como los esperamos, ni cuando los esperamos. Son tercos y voluntariosos.

Hace unos días, antes de visitar la clínica de fertilidad con mi organizada carpeta de exámenes en orden y mi cabeza llena de preguntas, imaginaba que saldría de allí con mucha emoción, feliz, casi frenética -pensaba a ratos-. En cambio, salí pasmada, sin sentir casi nada en el momento. Pensaba, eso sí, en muchos escenarios y en cosas que tenía que planear, pero no sentía esa emoción desbordante, sino apenas una ilusión chiquita, como una pequeña vela, y tenía ganas de hablar, de contarle todo a muchas personas.

Tomé café con mi amiga del alma, hablamos de todos los detalles de la consulta, planeamos cosas alocadas y esperé a que la frenética emoción saliera a flote, pero no pasó nada. Me sentía como en shock, ir a la consulta y pagar el primer ciclo del tratamiento de reproducción asistida había hecho que todo se sintiera tan real que yo como que no aterrizaba, supuse entonces que en cuestión de horas o días lo haría.



Y entonces aterricé, un par de días después, aterricé -o alunicé, no sé muy bien- pero en la pista equivocada. No sentí esa alegría desbordada que imaginaba. Solo sentí pavor, sentí que aparecían de golpe todos los miedos que suponía que estaban "trabajados" y superados. Durante días no pude parar de pensar en todo lo que podía salir mal: desde un tratamiento que no funcionara porque yo hacía algo mal o porque tenía una extraña condición que las doctoras (sí, todas las que me atienden ahora son mujeres) tardaban años en descubrir, hasta un nuevo aborto espontáneo que logré imaginar en todas las etapas del embarazo. Por último, hacia el final de la semana, tuve la dolorosa idea de que tarde o temprano iba a olvidarme de Lucerito y eso sí que me pareció terrible.

Me sentía muy mal. ¿Qué tan rota tenía que estar para no poder disfrutar de este momento tan emocionante?. Nunca había estado tan cerca desde que perdí el embarazo de Lucerito y no podía disfrutar ni emocionarme. Maldito periodo, pensé cuando apareció la regla en medio de ese huracán. Malditas hormonas. ¿Cómo se me ocurrió hacer todo esto y dejar el antidepresivo al mismo tiempo?.


Entonces, de repente, surgió el llanto, la noche del viernes. Organizaba de nuevo mi altar y fue como si con la vela que encendía se encendiera algo por dentro también. Lloré durante un par de horas y me quedé dormida. Al día siguiente desperté en otra pista: había llegado a la ternura, la empalagosa y bella ternura. 

Sobre esta nueva pista de aterrizaje -o alunizaje- les contaré en mi próximo texto del blog. 





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