sábado, 9 de marzo de 2019

Homenaje a la maternidad difícil

Homenaje a la maternidad difícil

Hace unos días tuve un sueño en el cual estaba sentada, sobre mi cama, con un bebé en mis brazos (hasta ahí, un sueño precioso). Pero en esa escena del sueño yo tenía muchísimo dolor en todo el cuerpo y me sentía realmente triste, no podía dejar de llorar y, desde luego, el bebé tampoco. Me desperté y permanecí sintiendo ese dolor y esa tristeza todo el día. Durante los días siguientes le di vueltas al sueño una y otra vez, tratando de descifrar lo que significaba y sólo podía sentir que era aterrador ese escenario: ¿En qué estaba pensando yo, con mi historia de episodios depresivos y fibromialgia, cuando se me ocurrió emprender el camino de la maternidad? ¿Y en solitario? ¿Había siquiera contemplado que esa escena de mi sueño podía ser real? ¿Que podía estar en unos meses llorando de dolor y de tristeza con un bebé en brazos que lloraba pidiendo lo que su madre no podía darle?. Sí, lo había pensado, lo pienso todos los días.

Entonces vinieron a mi mente Serrat y las Nanas de la cebolla de Miguel Hernández, una de las canciones más entrañables de mi infancia, uno de mis poemas favoritos: "Una mujer morena, resuelta en luna, se derrama hilo a hilo sobre la cuna. Ríete, niño, que te tragas la luna cuando es preciso". Pensaba en esa canción y en el homenaje de Miguel Hernández a su esposa y a su hijo: a la primera por entregarse al cuidado de la cría en medio del hambre y la miseria; al segundo por sonreir y por existir, a pesar de todo. Pensaba en las miles de mujeres que han sido y que son madres en medio de las circunstancias más difíciles: las que cruzan fronteras y son perseguidas por buscar un futuro mejor para sus hijos; las que soportan enfermedades terribles pero resisten hasta último momento al lado de sus retoños; las que prefieren morir de hambre, de un disparo, de dolor, de frío, de vergüenza, antes que ver sufrir a los que aman.


Y estos meses, acompañando y dejándome acompañar por otras mujeres que, como yo, han perdido a sus hijos durante la gestación o recién nacidos, leyendo sus historias o escuchándolas frente a mí, pensaba en el valor de estas madres, en el mío propio también (un poco). He leído estas crónicas de madres que pierden 1, o 3, o 6  embarazos y siguen intentándolo. He escuchado a las que pierden a un hijo que solo pueden acunar por unos pocos minutos o días, o que han tenido que dar a luz sabiendo que su pequeño ya nace dormido. Conozco las historias de mujeres que pasan por procesos de reproducción asistida que tardan hasta 10 años, o que esperan un hijo en adopción por 4 o 5 años, mujeres que nunca consiguen ese anhelado embarazo. Siento todos los días sus historias y la mía y me confronta la maternidad difícil, terca, esquiva, imposible. Pienso en el dolor de tener un embarazo deseado y perderlo a los pocos días de saberlo, pienso en criar un hijo sola en un país como el mío, pienso en la amenaza del dolor crónico, pienso en la sombra de la depresión. ¿Por qué algunas mujeres lo tienen tan difícil? ¿Por qué los bebés deseados y amados se mueren? ¿Por qué hay mujeres que no quieren ser madres y quedan embarazadas y dan a luz sin mayor dificultad?: "Ser de vuelo tan alto, tan extendido, que tu carne parece cielo cernido. ¡Si yo pudiera remontarme al origen de tu carrera!

Es que se vuelve inevitable pensar cada vez que ves una mujer embarazada o con su bebé ¿Por qué ella sí puede y yo no? ¿Por qué parece tan fácil para todas menos para mí?. A mí siempre me pasaba que la maternidad de una mujer cercana me llenaba de emoción y de dicha, genuina felicidad, moría de ganas de acompañarla y de saber cada buena nueva de su proceso. Últimamente es más difícil, y no es que no me alegre, sino que la emoción es más compleja, es ambigua. Y la culpa que esos sentimientos producen es enorme. "Alondra de mi casa, ríete mucho. Es tu risa en los ojos la luz del mundo. Ríete tanto que en el alma al oírte, bata el espacio". Porque claro, en el fondo, yo no creo que ninguna mamá lo tenga fácil, no creo que la maternidad sea simple, para nadie. Pero a veces parece una cuesta demasiado empinada y el mundo se convierte en un tren sin frenos que te atropella y te hace rodar cuesta abajo. Llegas a un punto en el que te peleas con la existencia entera. 



Cuando tengo la posibilidad de estar con bebés, siempre pienso en el tipo de madre que seré si algún día tengo los míos. También pienso en sus madres, conocidas o no, en sus historias, en su llegada a este mundo. Hace unos días, estaba en una fundación a la que empecé a asistir como voluntaria de la salacuna: ayudando a alimentar, bañar, vestir, acostar, mimar a los bebés. La mayoría de ellos están en procesos de restitución de derechos o en camino de ser adoptados. Con uno de aquellos bebés en mis brazos, buscando desesperadamente refugio en mi seno que no puede sino cobijarlo, yo pensaba en la injusticia de esa escena: él era un bebé que no tenía a su madre y yo era una madre que no tenía a su bebé, sólo teníamos ese instante de profundo amor y consuelo mutuo: "Vuela niño en la doble luna del pecho. Él, triste de cebolla. Tú, satisfecho. No te derrumbes. No sepas lo que pasa ni lo que ocurre".


Mi propia búsqueda de la maternidad me ha enseñado que la maternidad no es sencilla, que no está ni cerca de la fantasía que nos han vendido los medios y la literatura, que como dice un querido amigo: "eso de que de un sólo golpe te quedas embarazada de trillizos y la siguiente escena es su primer cumpleaños, eso solamente pasa en las telenovelas". He aprendido que prepararse y que alistar el nido no siempre es suficiente, que los nidos se caen y se rompen. Que querer no siempre es poder. Mis maestras doulas nos decían siempre que había que desmontar la idea de que el embarazo y el puerperio son como nos muestran los comerciales de Huggies o de Johnson & Johnson: que no es besar colitas y hacer bombas de jabón en la tina. La maternidad es difícil, es dolorosa, es un camino de valientes. Mi homenaje es hoy para las mujeres que, contra viento y marea, persistimos en ella, para las que queremos cantar: "Es tu risa la espada más victoriosa. Vencedor de las flores y las alondras. Rival del sol. Porvenir de mis huesos y de mi amor".


Aquí va la versión de Serrat de las Nanas de la cebolla, poema de Miguel Hernández con música de Alberto Cortez:


* Las cursivas entre comillas son fragmentos de  la canción Las nanas de la cebolla

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