domingo, 1 de mayo de 2022

Los objetos tiernos de la dificultad

Les voy a contar la historia de hoy a través de unos objetos, unos muy tiernos. Yo fui guía de museo durante varios años y eso fue lo que aprendí a hacer: escudriñar la historia de cada objeto y contar una historia a través de eso. Como todo ha sido tan bonito, tan triste, tan difícil y tan potente estas últimas semanas, necesito un hilo conductor para describirlo. Me acordé de los objetos tiernos de la dificultad que he venido recopilando por años y les tomé una foto (una muy mala foto, porque la foto es lo de menos), para poder escribir estas líneas a través de ellos.

Desde hace casi 10 años tomé la decisión de ser madre sin pareja, básicamente porque me di cuenta que lo que más anhelaba mi corazón era tener hijos, pero no quería tener una relación ni conformar un hogar con otro adulto. Entonces averigüé muchas opciones, hablé hasta el cansancio con quienes quisieron escucharme, junté las piezas del rompecabezas y tomé la decisión de iniciar la travesía más retadora y más hermosa de mi vida. Pero todo ha sido más difícil de lo que esperaba y el tiempo está pasando. No estoy lista aún para darme por vencida, pero he tenido que encontrar formas para mantener la esperanza. Entonces empecé a comprar cosas, pequeñas cosas escogidas con cuidado y con intención. Cada vez que se presenta una dificultad en el camino compro un pequeño objeto para bebés y ratifico la promesa que me hice a mí misma hace casi 10 años: que haría todo lo que estuviera en mis manos para ser madre.


Este juego de platos, cubiertos y vaso de pollito lo compré al poco tiempo de decidirme, por consejo de María Angélica. Creo que ese día oficializamos el llamarle "Pollito". Habíamos estado hablando de que en ese momento no era posible buscarle, acababa de empezar un doctorado y no iba a tener la beca con la que contaba: era imposible cursar los estudios, trabajar para sostenerme y tener un bebé sola.



Este saquito lo compré en España cuando tuve las primeras dificultades para concebir. Me sentía muy sola estando tan lejos y en medio de algo tan difícil. Pero ver esa prenda tan pequeñita y tan blanca me parecía como mágico, me llenaba de esperanza. Ahora debe sonar muy cursi, pero en su momento fue la prenda más poderosa que haya podido encontrar al otro lado del océano.


Creo que podemos reconocer que tenemos debilidad por las medias y zapatos de bebé. No conozco la primera persona que no crea que son muy tiernos. Estas medas blanquitas venían en un empaque con 2 pares. Las compré cuando regresé a Colombia y me enteré de que tenía síndrome de ovarios poliquísticos y por eso no podía concebir. Fue la primera vez que supe que iba a ser realmente difícil lograrlo. Todo parecía muy complicado en ese momento y me parecieron un lindo símbolo de lo que se veía en mi horizonte: pasitos pequeñitos hasta resolver todo lo que estaba mal. Uno de los dos pares está en la urna que creé cuando perdí mi primer embarazo unos años después, están con los recuerdos de Lucerito, mientras que el otro par me acompaña en el cajón de los demás objetos tiernos de la dificultad.


Esta pequeña camiseta llegó unos días después de sustentar la tesis doctoral. No tiene nada que ver con eso, en apariencia, pero por esa época sabía que el daño emocional que me había causado el proceso de terminar el doctorado iba a tardar un tiempo en sanarse y era imposible cumplir con mi sueño en aquel momento. Cada mes que pasaba con esa sentimiento de no poder avanzar ni hacer nada para lograr mi propósito, compraba una prenda. Fue mi estrategia para superar el duelo por Lucerito y para reparar mi capacidad de ilusionarme en medio de la crisis vital que atravesaba. Hay muchas prendas de diferentes tallas y colores.



Cuando inició la pandemia, alcancé a comprar este jueguito de pañuelos para el cuello. Creo que veía venir los contratiempos y la crisis que eso suponía. Aunque tenía por fin un nuevo trabajo muy prometedor y que me iba a dar un año de tranquilidad y recursos para iniciar de nuevo la búsqueda del embarazo, intuía que los siguientes meses serían complicados y grises. Así lo fueron los siguientes 18 meses.


Cuando por fin pasó la tormenta de la pandemia y empecé a tener de nuevo la posibilidad de, si quiera, pensarlo, acudí a la clínica de fertilidad para reiniciar el viaje. Todo era muy prometedor, excepto porque en los siguientes meses el trabajo se hizo muy complejo y supe que no iba a funcionar en ese momento, tenía que reorganizar mi vida en varios aspectos y cerrar algunos capítulos. Compré estos muñecos y me despedí de la vida académica -por fin- con la promesa de abrirle un nuevo espacio en mi vida al sueño. Pasaron 6 meses más.


Cuando por fin regresé a la clínica, me ordenaron nuevos exámenes. Claro, no podía ser tan fácil: de nuevo malas noticias médicas y otra ronda de semanas de preocupaciones y de ese sentimiento que mezcla la impotencia y la frustración. Durante varios días dormí con esa cobijita en los brazos para sentir que el deseo seguía siendo más fuerte que el miedo y que el dolor.



Este corderito rosado y suave fue el último objeto que llegó a la colección. Lo compre al día siguiente de enterarme que el primer tratamiento de esta nueva etapa no había funcionado. He recibido muchas pruebas de embarazo negativas y todavía duelen intensamente. Ahora el panorama es más complejo, pero todavía hay un panorama. O al menos eso me repito a diario mientras observo y recuento los objetos tiernos de la dificultad. 




 







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